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Redescubriendo las historias de nuestra infancia

A lo largo de la vida, hay libros que, aunque están destinados a los niños, nos acompañan más allá de la infancia. Historias como El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll son perfectos ejemplos de cómo las lecciones que nos dejaron en nuestra niñez cobran nuevos significados con el paso del tiempo.

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Cuando leímos estos libros de pequeños, nos quedamos fascinados por los mundos mágicos y personajes extraordinarios. Sin embargo, al releerlos de adultos, descubrimos capas más profundas de significado, con mensajes que quizá no habíamos comprendido en su totalidad cuando éramos niños.

La belleza de estos clásicos radica en que nos ofrecen nuevas ópticas a medida que maduramos, mas allá de la variedad de ediciones adaptadas para las diferentes etapas. Lo que una vez nos maravilló desde la inocencia infantil ahora nos enriquece desde la perspectiva adulta. Por ejemplo, El Principito, que puede leerse como una simple aventura de un niño en distintos planetas, con el tiempo nos revela profundas reflexiones sobre el amor, la amistad y el sentido de la vida.

Alicia en el País de las Maravillas, más allá de su surrealismo y fantasía, se convierte en una metáfora de la lógica, el crecimiento y las contradicciones del mundo adulto. Cuanto más avanzamos en nuestra vida, más capaces somos de descifrar lo que Lewis Carroll estaba intentando transmitir en medio de ese caos maravilloso.

Sin embargo, lo mágico de estos relatos es que podemos acercarnos a ellos con una nueva mirada sin perder ese sentido de asombro que tanto nos maravillaba cuando éramos niños. Es un equilibrio que nos permite seguir imaginando y disfrutar de la fantasía, pero también enriquecer nuestra experiencia con una comprensión más profunda de las enseñanzas del autor.

Al releer estos libros de nuestra infancia, no solo volvemos a sentir el placer de la imaginación desbordante, sino que también nos encontramos con reflexiones valiosas que quizás pasaron inadvertidas en nuestra primera lectura. Este descubrimiento es, sin duda, uno de los mayores regalos que nos ofrecen los clásicos: un viaje eterno hacia el crecimiento personal, sin dejar nunca de lado la maravilla y el asombro que nos dieron cuando éramos pequeños.

Que siempre podamos regresar a esos mundos que visitamos de niños, con una mirada adulta que nos permita abrazar la fantasía, mientras aprovechamos cada enseñanza que los autores nos dejaron en sus páginas.